miércoles, 13 de noviembre de 2013

THE TALENT PROBLEM



Cuando observamos programas como X factor nos damos cuenta de la diferencia abismal entre los talents extranjeros y los españoles.


Los talents americanos e ingleses tienen como mercado potencial, el mundo entero. 

Millones de personas se bajan las galas de The Voice o X Factor, vivan donde vivan. El idioma globaliza los formatos y las audiencias. Da igual que vivas en París, que en Tokyio o en Barcelona. Y esto lo saben, perfectamente, los anunciantes y las casas discográficas. Las empresas deciden invertir un montón de pasta en publicidad, a sabiendas que el producto tendrá repercusión interplanetaria. Por otra parte, en U.K y en Estados Unidos la crisis no ha fulminado el mercado del crédito y del audiovisual. Al menos, no tanto como, por ejemplo, España. Aquí, debemos intentar ser ingeniosos y brillantes. 

Con un cuarto del presupuesto de una gala de X Factor, las productoras patrias deben estructurar una temporada entera.  

Aunque, como se suele decir, el dinero no lo es todo. Si no, que se lo pregunten a países modestos (emergentes, eso sí), como Israel o Argentina. Países que, hace unos año considerábamos subdesarrollados, triunfan con formatos ingeniosos y muy exportables. Con la recesión, España ha empezado a subirse al mismo carro. 

Con un mercado interno muerto, la exportación es una necesidad. Tu cara me suena es el ejemplo más paradigmático, bajo el amparo de una multinacional televisiva, como Endemol.  

Otro de los grandes problemas que nos alejan de los exitosos talents internacionales tiene mucho que ver con la cultura televisiva. En Inglaterra y en Estados Unidos, como he dicho, las discográficas y los artistas confían plenamente en el medio. Saben que deben exponerse, si quieren vender discos. Y no  solo en épocas de promoción (como sucede en El Hormiguero, sin ir más lejos). Se prestan a ser parte y jurado. Y no hablo de viejas glorias que necesitan resurgir de entre las cenizas. Hablo de gente consolidada, como Christina Aguilera , Katy Perry o Lady Gaga. En España, por lo contrario, cuesta un huevo y medio encontrar profesionales de la canción o de la interpretación que quieran trabajar en un programa de tele. Por superioridad artística o por exigencias salariales. Se consiguió en la primera edición de El Numero 1, con gente como Miguel Bosé, Ana Torroja o Sergio Dalma. En la versión española de la Voz se optó por escoger cantantes con tirada comercial (más allá de sus méritos artísticos). Y no les ha ido mal.

Y he aquí, el GRAN PROBLEMA: La duración. La eterna y extenuante duración de los programas en España. 

Y no solamente de los formatos de entretenimiento. Cuando viene un americano a nuestro país y enciende la tele, flipa en colores. Ve Aída, que dura más de hora y media, y no entiende nada. Una sitcom, por definición, dura 25 minutos. Es una convención de género, que determina el tono y la agilidad de las tramas. Si lo extiendes, destrozas la comedia. Con los informativos, tres cuartos de lo mismo. Un informativo de una hora, trufado de noticias insustanciales, no tiene razón de ser. 
¿Y los talents? Condenados, por necesidades comerciales, al Prime Time. Una franja horaria que se ha ido desplazando, cada vez más. Ahora, no hay programa que empiece antes de las 22 40. Y todo, por arañar unas décimas más de share. A partir de medianoche, las audiencias se hinchan con el Late Night. Cosas de los cálculos de cuota de pantalla. Como más gente hay delante la tele, más difícil es conseguir un buen dato de share. Y viceversa. Al día siguiente, se procede a hacer la suma del Prime Time y el Late y… BINGO. Los datos generales pueden mejorar (que no siempre), pero la calidad y el espectador se resienten.   

Un talent de cuatro horas, es mortal de necesidad. 

La gente de contenidos se ve obligada a buscar fórmulas para ir alargando. Más valoraciones del jurado, más pollos y bromas entre actuaciones… Pero no funciona. No puede funcionar. En X factor, las actuaciones van una detrás de otra. Hay un montón de estrellas invitadas y todo fluye como un perfecto mecanismo de relojería.

Ese Prime Time que obliga a destrozar la duración de los formatos, también condiciona el tono del programa. 

A diferencia de otros países, donde se ha extendido la importancia de los demográficos (datos por sectores de población y estrato social), en España seguimos pensando que un programa en horario estelar debe contentar a todo el mundo. 

A niños, abuelos, adultos, adolescentes, gente del norte, gente del sur, tradicionales y alternativos. Las cadenas (y algunos anunciantes), creen más en el valor cuantitativo que en el cualitativo. Y se equivocan. Los demográficos ayudan a las marcas, a penetrar mejor en los consumidores. La gente joven consume más, pero quizás no se traga más de dos actuaciones nostálgicas. Una persona mayor puede estar enganchada ante el televisor, pero no tendrá el mismo poder adquisitivo a la hora de comprar. Quizás, algunos programas necesitan focalizar su atención hacía un target potencial específico o, al menos, reducir un poco el foco de acción. Si no, nos encontraremos siempre con programas dispersos, que no terminan de contentar a nadie.

Mi diagnóstico. En España tenemos grandes profesionales del entretenimiento. Grandes diseñadores de luz, grandes guionistas y redactores, directores y productores… Que trabajan bajo unas circunstancias que no les son favorables. 

Entre todos, deberíamos apretar por tener programas a la altura de nuestras posibilidades (que son muchas).

 



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