lunes, 9 de diciembre de 2013

LUGARES DONDE VIVIR



Hay noches que pones la tele y no echan nada interesante. Repasas tus películas y te decides por algún título que te sabes de memoria. Pero te da igual, porqué no te cansas nunca de esos personajes y de esos escenarios. Te meterías, literalmente, dentro de la pantalla. La ficción ha reflexionado, miles de veces, acerca de la frontera entre mundo real y ficticio. La disolución de la cuarta pared suele ser un motivo recurrente. Desde Lewis Carroll, y su Alicia en el País de las Maravillas, hasta Pleasantville.



EL MODERNO SHERLOCK HOLMES. (Sherlock Jr. Buster Keaton. 1924)

En “El Moderno Sherlock Holmes” de Buster Keaton, un proyeccionista, desafortunado en el amor, se duerme mientras trabaja, y sueña que viaja dentro de una película. Se convierte en Sherlock Holmes, resuelve el misterioso robo de un reloj y consigue conquistar a su amada. La ficción le permite sacar su lado más atrevido, ingenioso y valiente.



LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO. (The purple rose of Cairo. Woody Allen.1985)

Décadas después, Woody Allen homenajeó el clásico mudo en su imprescindible “La Rosa Púrpura del Cairo”. Melisa trabaja como camarera en un cine, durante la gran depresión. Su vida es gris y anodina. No le gusta su trabajo y tiene un marido que se pasa el día bebiendo y que la tiene desatendida. Una noche, el protagonista del film que se está proyectando en la sala se fija en Melisa y la invita a traspasar el umbral. Los dos se enamoran y viven mil y una aventuras, alejados de la realidad.

 
EL ÚLTIMO GRAN HÉROE. (Last action hero. John McTiernan 1993)

En los noventa, uno de los mejores directores de acción de todos los tiempos, John McTiernan, se la pegó (comercialmente) con “El Último gran Héroe”.  Danny vive en un mundo en descomposición. Su padre desapareció, hace años. Es un mal estudiante y se refugia en un viejo cine, que se cae a trozos. Es un inadaptado y solamente se lleva bien con el acomodador de la sala. El hombre le regala una entrada mágica, que perteneció al mago Houdini. Ese trozo de  papel, transporta a Danny a un Actioner noventero protagonizado por Jack Slater (Arnold Schwarzenegger). Danny empieza a interactuar con un mundo de cartón piedra, poblado por rubias tontas, explosiones y música rock a toda pastilla. Todo parece perfecto, hasta que el malo malísimo descubre las propiedades de la entrada y viaja al mundo real, donde la violencia y el terror no son espectaculares ni, mucho menos, divertidos.


PLEASANTVILLE (Pleasantville. Gary Ross.1998)

En 1998, Gary Ross dirigió una pequeña gozada, llamada Pleasantville. David y su hermana Jennifer son dos adolescentes descreídos y típicamente americanos. Su vida se reduce al instituto, a ir a los centros comerciales y a tragarse reposiciones de viejas series televisivas. Un día,  son teletransportados a una de esas Sitcoms en blanco y negro, Pleasantville. David se encuentra en su salsa. Los personajes de la teleserie son puros e inocentes. No existe el crimen ni las desgracias. Por el contrario, Jennifer se siente un pez fuera del agua. Se aburre como una ostra, porqué no puede ver la MTV y los chicos son vírgenes y bobalicones. Los dos hermanos muestran a la gente del pueblo, que hay un mundo más allá del blanco y negro, lleno de placeres y emociones.


Todas las obras mencionadas, tienen puntos en común. Una realidad que nos desagrada, o que nos tiene atrapados, y una ficción que nos ayuda a sentirnos más libres y plenos. En la actualidad, más de uno se podría sentir identificado con Mia Farrow o Reese Witherspoon. 

Ahí va una pequeña lista, aleatoria y esquemática, de algunos mundos que me gustaría visitar.



EL NUEVA YORK DE WOODY ALLEN.

Woody Allen se ha dedicado, los últimos años, a coger la maleta y viajar por todo el mundo. Sin embargo, sus historias siguen siendo las mismas. Sea en Barcelona, en Londres, o en San Francisco, sus personajes siguen teniendo ese tufillo típicamente neoyorkino. 

El Nueva York de Woody Allen es un Nueva York acogedor, lleno de teatros, cines, pequeños cafés y apartamentos decorados con gusto exquisito. 

La acción puede situarse en cualquier estación del año. En invierno, la ciudad está cubierta por un manto de nieve y los personajes cohabitan en interiores bañados por una luz cálida (obra, la mayoría de veces del director de fotografía Carlo Di Palma). En primavera, la vegetación rebrota y los protagonistas pasean por Central Park o por Coney Island. En verano, la ciudad se llena de turistas y nos trasladamos a alguna pequeña ciudad de campo del estado de Nueva York. Con la llegada del otoño, llega la estación preferida del director (la que retrata mejor su estado de ánimo). Días de lluvia, de partidas de Poker o de cenas, a altas horas de madrugada, en Nueva Jersey. Los seres neuróticos y divertidos de Allen viven mil y uno conflictos, pero nos apetecería estar ahí con ellos acompañados, todo el día, por una perfecta selección de temas jazzísticos.


EL MELODRAMA NOIR.

En los años 30, la Warner se especializó en producir películas con una fuerte temática social. A saber: Películas rodas en exteriores y tramas relacionadas con el crimen y la crónica negra. Con los años, las historias se volvieron más fatalistas y románticas. Llegaron muchos directores expresionistas, que huían del horror Nazi, y transformaron la estética de esas historias. Claroscuros, filtros deformados, humo y mucha música Jazz.  

Algunas pequeñas productoras, como la RKO, se nutrieron con películas de serie B, protagonizadas por personajes miserables y chicas fatales. 

Una de las obras cumbre del melodrama Noir es Laura, de Otto Preminger. Me fascina ese guión lleno de giros argumentales, esas interpretaciones (Gene Terney, por Dios) y, sobretodo, la banda sonora de David Ranskin. Un leit motiv musical, imposible de olvidar, nos seduce, desde los títulos de crédito. La historia es macabra, pero nos importa un bledo. Queremos saber cosas de Laura, esa chica muerta que todo el mundo amaba. Otro de mis ejemplos predilectos: “Retorno al Pasado” de Jacques Tourneur. Una película hipnótica y onírica. El director nos acompaña a un México mágico y tropical  y a las montañas nevadas de Estados Unidos, para contarnos la típica historia de la mujer fatal que desestabiliza al malote retirado.



EL TERROR DE LA HAMMER

La Hammer, sin duda alguna, es una de las productoras fantásticas más determinantes de la historia. Se dedicaron a reciclar los grandes mitos del terror (ya adaptados por la Universal en los años 30),  para darles la vuelta. Potenciaron los elementos más sangrientos y eróticos. 

El terror era una metáfora del deseo, de las enfermedades venéreas y de las nuevas prácticas sexuales. 


En el universo Hammer, cohabitan monstruos sin escrúpulos (Christoper Lee como Drácula o La Momia) y jóvenes doncellas con grandes escotes. Los escenarios son poco creíbles y se alejan de la fidelidad histórica. Enormes caserones medievales y mansiones victorianas, pueblos centroeuropeos de postalita y un lejano y prohibido Egipto. Un universo perfecto para adolescentes salidillos y cinéfilos empedernidos como, por ejemplo, Francis Ford Coppola. En su posterior obra, podemos ver esa impronta. El uso del color en los films de Brian de Palma (sobretodo el color rojo), o la importancia del erotismo y el barroquismo escenográfico en Coppola.


DIBULIWOOD.

En ‘Quién engaño a Roger Rabbit”, los dibujos animados cohabitan con los seres humanos y viven en Dibuliwood. Tan solo les separa un pequeño muro de ladrillos. En el Hollywood dorado, los Majors se forran con las grandes estrellas del Cartoon. Una de esas estrellas es Roger Rabbit, un conejo loco muy entrañable, que se ve involucrado en una trama urbanística. 

Robert Zemeckis es, digámoslo ya, un gran director. Un maestro del arte cinematográfico. 

Solo basta ver “La muerte os sienta tan bien” o la trilogía de “Regreso al futuro”. Zemeckis funde tecnología y emoción, como pocos directores en la historia del cine. El universo de Quién engañó a Roger Rabbit no existe ni existió (en parte). La historia retrata muy bien el sistema de estudios, los contratos millonarios de las estrellas del cine y una ciudad, Los Ángeles, que era una preciosidad. Con su ayuntamiento Art Decó y su tranvía… Hasta que llegó la autopista y el asfalto, y la cosa empezó a descontrolarse. Una de mis secuencias favoritas tiene lugar al principio del film. Conocemos a Eddy Valiant, un detective borracho. Vive torturado por la muerte de su hermano, asesinado por un Dibu. Con cuatro pinceladas, Zemeckis nos presenta al personaje y a su mundo. La oficina llena de polvo y recuerdos, el barrio con la estación de trenes, los chiquillos corriendo por las calles en el atardecer… Todo ello, envuelto por una preciosa banda sonora de Alan Silvestri.


EL SAN FRANCISCO DE FINCHER.

San Francisco es una ciudad muy cinematográfica. Hitchcock rodó “Vértigo” ahí, Paul Verhoven “Instinto Básico”… El  Golden Bridge, el barrio Chino o Alcatraz son parte de la memoria colectiva. 
David Fincher ha retratado San Francisco en “Seven” (aunque nunca aparece la ubicación de la ciudad), “The Game” y “Zodíac”. En esta última, asistimos a un verdadero fresco histórico que repasa los cambios urbanísticos y sociales de la población del Norte de California. 

El asesino del Zodíaco fue uno de los asesinos en serie más diabólicos y listos de la historia. Tenía plena consciencia del mundo donde vivía y amaba ser el protagonista de periódicos y televisiones. 

Jugaba con referencias astrológicas, literarias y cinematográficas. Sus crímenes se diseminaron por todo el estado y sembraron el pánico entre sus habitantes. La trama es brutal y terrorífica, pero uno no puede resistirse a esa estética de película sesentera. Su banda sonora, llena de temazos de Santana, Donavan o Marvin Gaye. La redacción del San Francisco Chronicle, el lago Berryesa o Presido Heights construyen una realidad plausible, fascinante y enfermiza. En The Game, la ciudad ha evolucionado hasta la actualidad. La gran mansión de Nicolas Van Orton, el especulador hijo de puta interpretado por Michael Douglas. Los despachos fríos y minimalistas  o los grandes restaurantes para ricachones dibujan un San Francisco anónimo, nocturno pero, a su vez, atrayente.


EL TWIN PEAKS DE DAVID LYNCH.

Existen dos Twin Peaks (o quizás, muchos más). Uno es el Twin Peaks de Laura Palmer. Lo vemos y lo sufrimos en la película “Fire walk with me”. Es un pueblo oscuro, apartado del mundo, infestado de seres oscuros y sin escrúpulos. Laura vive en un infierno de casas apareadas, de institutos de educación secundaria y de comidas sobre ruedas. Su vida está sellada por un destino imposible de evitar. Una tragedia griega, vaya. En cambio, el Twin Peaks de Cooper (mostrado en la serie de televisión) es una población llena de glamur norteño, de chicas guapas, de tartas de cereza y de humor negro e irresistible. Lynch nos demuestra que, un mismo mundo, puede ser visto de maneras completamente contrapuestas. 

David Lynch es considerado, porqué sí, un director raro. Es un tío bizarro y especial, si se quiere, pero siempre juega y trabaja con la realidad más humana. Detrás de enanos y mujeres tuertas, encontramos VERDAD. 

Por ejemplo, la población de Twin Peaks es descrita, desde el primer capítulo, con exactitud. Es una sensación espacial completa, que muy pocas ficciones desarrollan. Uno tiene la sensación de poder caminar por sus calles. Puedes ir al Double R, a comer tarta con Shelly y Norma. O pasarte por el Gran Hotel del Norte, a degustar una copa en su piano bar. O si eres más golfo, puedes acercarte al Roadhouse o al Pink Room.